viernes, 21 de agosto de 2015

De Madrid al Mar

Muchos no entienden por qué nos emociona tanto.
Por qué nada más llegar, bajamos las ventanillas para que el calor entre y la humedad nos ahogue dulcemente.
Por qué nos descalzamos al salir y no nos quitamos toda la arena de los pies hasta que llegan las once de la noche.
Cómo podemos dormir la siesta encima de la toalla, o cómo no podemos dormir por 'tan sólo' ver cómo sale el sol del agua...

Pero es que en Madrid no hay playa.
Hay calles preciosas, estrechas, balcones peculiares, grandísimos edificios, luces que no se apagan, alegría en cada rincón, peces enormes en el río, terrazas espectaculares... pero no hay playa, y el verano se disfruta en el mar, con amigos, con noches oscuras, atardeceres de ensueño y guitarras sonando.

Así que, como ya tenía pensado, nada más pasar Barrio Jarana bajé las ventanillas, aún quedaban kilómetros para llegar a la costa, pero el reloj de la fachada amarilla me recordaba que alguien ya había parado el tiempo, que había buganvillas para rato y que por las noches ya tenían preparado el rocío que iba a empañar los cristales de los coches, para dibujar a mi antojo.

Una vez más, mi playa estaba como siempre, así que fui directa...

De Madrid, al MAR.

Josef Hoflehner