Tenía por delante días libres, con tiempo para dedicar a lo que (o a quien) yo quisiera.
Y lo único que pensaba era en subir una cuesta, una cuesta dorada, donde había visto varias veces el reflejo del sol. Subirla y llegar a lo más alto y cuando estuviese allí y viese todo el paisaje que la rodea, bajarla por el lado contrario, tranquila, sin dar saltos porque me quemen los pies... Ir preparada, y por fin llegar al otro lado y descubrir la otra parte de la playa de Bolonia.
Y no ver más que dos colores.