jueves, 22 de septiembre de 2016

Me mojaría otra vez

Llovía mucho.

No entiendo a la gente que disfruta viendo cómo caen gotas del cielo. Es verdad que si te vas a quedar en casa con la chimenea encendida porque fuera hacen menos siete grados, ver cómo llueve puede hasta entretenerte. Pero cuando aún es verano, estás en la playa y ves cómo las vacaciones se van despidiendo poco a poco de ti, perdóname, pero lo último que me apetece es oler el césped mojado.

La bandera estaba roja y las olas podrían alcanzar los dos metros. Daba igual, ahí estaba yo, a la misma hora y en el mismo sitio que los cinco días anteriores.

Prometí por la mañana darme un baño por todos mis compañeros, pero ya sabes: ¡por mí primero! Creo que no he contado que en la playa no se veían bañadores y que las toallas no servían más que para frenar la arenilla que chocaba fuerte contra el cuerpo.

Una parte 'sensata' de mi cabeza me hizo pensar durante unos instantes que quizá no era el momento, que ya tendría ocasión, que no pasaba nada por no quitarme un día el agua salada de la cara... Pero no. El agua estaba caliente, caliente como si hubiese firmado el océano Atlántico un acuerdo esa misma mañana con el mar Mediterráneo para equilibrar las temperaturas.

Y así, sin pensar en que al salir podría transformarme en algo muy parecido a las croquetas congeladas, me convertí en la única de la playa en saltar las olas.

Una vuelta, otra. Todo el pelo me tapa los ojos. Me río. Trago agua. Otra ola. Me sumerjo. Hago burbujas con la nariz. Cojo aire al sacar la cabeza. Otra ola. Hago la estrella (mi amiga, que es madre, me enseñó esto para no decir 'hacer el muerto'). Me dejo llevar. Vuelo en el agua y aterrizo en la orilla, llena de arena, llena de sal.

Nadie por las calles.

Era imposible secarse antes de llegar a casa, había agua por todos lados. Me había mojado por todas esas veces que creía que la única solución era una terraza con vistas al mar. Por las veces que la lluvia me había encerrado en bares. Por la rutina. Por los días que no me inspiraron algo que hacer. Por el invierno. Por lo que decía esa canción...



'La Bella Esquina', ponía en la pared del edificio que tenía enfrente. Salió el hombre de la única puerta que quedaba 'en condiciones' y, al verme empapada, me sonrió... Qué bella esquina.

Era uno de esos días en los que parece que la vida te va dando mensajes. 



¿Y ahora qué? Me mojaría otra vez.



Y que me seques tú,
viento de Levante.

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